Encantada de conocerte, cómo estás, me
pregunto si has recorrido mucho camino.
Mirando tu rostro, tu labia y seguridad, no puedo evitar ver a mi
siguiente error ante mí.
Nos encontramos un soleado día de de no sé muy
bien cuántos meses atrás, aunque sé que
no son muchos. Ni tan sólo me apetecía
verte, pero hice el esfuerzo porque me atrajiste a ti con el típico regalo
comercial, ya sabes, esa clase de libros que todo el mundo se lee porque son un
best –seller, pero desgraciadamente se me olvidó decirte que aquella “gran obra” me la leí cuando tenía diez
años menos. Así pues, ahí está, adornando mi escritorio como una flor
muerta en un despacho abandonado hace ya muchos años. Así que nos comenzamos a
conocer en torno a un café que se convirtió en una comida en aquel sitio donde
eras muy conocido, pues tu fama se extendía en esta ciudad que compartimos y en
la siguiente. Es lo que tenéis los abogados: fama y labia, si es que sois
mínimamente buenos, pero no obstante no quiero generalizar, pues este es tan
sólo tu caso, querido, tú que te distingues entre muchos por tu traje azul y tu
forma de mentir contando tu historia pasada llena de hazañas, mientras dejas
entrever tu presente acompañado por dos muñecas rusas, aún cuando a ti te gusta
la más joven, porque a lo que adoras más que a nada en este mundo es a las
veinteañeras a las que dominar, aquellas con aspiraciones a modelo, te dices,
mientras me lo dices para hacerme sentir menos que ella. Pero sé que soy mucho
más que ellas.
Reconozco que supiste
encandilarme desde el primer momento con tu regalo, con la forma en la que me
obligabas a fumar y a beber sólo con el fin de pesar mi vulnerabilidad y
nuestra futura relación que se quedó en lo más oscuro de mi conciencia. Después vino aquella amistad de unas cuantas
semanas, desinteresada, me dije, pero yo tiendo a la fantasía y buscaba una
figura paterna mientras tu buscabas una “lolita” solitaria con mucho tiempo
libre y muy baja autoestima, y supongo que ese fue el coctel perfecto para aceptar jugar en un futuro no
muy lejano a tu juego, cuando tus muñecas rusas se fuesen ( ¿ se fueron?, ¿o
fue otra de tus invenciones? ). Tu
obsesión conmigo era grande, no de esas que no dejan dormir por la noche,
porque un hombre como tú ha de vivir su doble vida, con ese hijo al que no sabe
a quién encasquetar, pero te encantaban mis fotografías y las mirabas
reiteradamente a lo largo del día mientras me escribías palabras soeces que tu ingenua
lolita se negaba a escuchar, magnificando la situación, idealizándola como si
hubiera olvidado que allá en alguna parte hay un infierno, ése en el que se
termina convirtiendo mi conciencia cada vez que trato con gente tan venenosa
como lo eres tú.
No obstante, reconozco que me
encantaban los desayunos contigo, pero no que te reconocieran en todos lados. Aunque
yo era para todos ellos tu “hijita querida”, situación que se podía entender perfectamente dada la
cantidad de hijos y mujeres que pasan por tu vida, pagadas o sin pagar, pues la
corrupción no entiende de profesiones.
Llegó después aquella muñequita de
Alemania con sus coletitas y su precioso pelo rubio, mientras me decías en tus fantasías y en la
realidad cuánto deseabas tener un hijo conmigo, pues tal vez se te olvidara que
yo no podía someterme a la más dolorosa
de las fantasías. Pero te lo puse todo
en bandeja de plata al contarte mi pasado y los años que sufrí al lado de ese
hombre que sólo se preocupaba de su ego, como tú, pero al que aguanté porque
creo en las fantasías irrealizables. Una fantasía que nos llevó a compartir tu
coche una mañana y acabar en Valencia porque decías estar triste (¿lo estabas?)
ya que te sobrepasó la muerte de alguien a quien nunca conocí, pero que me
atrevo a asegurar fue mejor que tú. Tú gran preocupación aquel día era que me
sometiese a ti, que buscáramos como locos todo aquello que fuese la esencia de
lo sádico, y yo supe que pronto las cosas empezarían a torcerse, pero aún así
hice planes contigo porque en mi fantasía te adoraba y hasta hace una semana
también. Envidiaba tu libertad, a tus muñecas rusas, quería que las dejarás por
mi y pasar a formar parte de tu vida, quería vivir en un constante purgatorio
mis años de juventud mientras tú ibas y venías, me chantajeabas, me decías que debía
estar feliz, que tú me ibas a dar la felicidad y que me dejara aquellas
pastillas que me permitían seguir con vida en un mundo que cada día poseía
menos sentido para mí.
Recuerdo el día en que aquella
muñeca morena fue lo último que te pedí; te la llevaste del escaparate pero no
a mis sueños con ella. Era bonita,
blanca e inocente, pero tú supiste mancillarla y aún estará esperando en un
cajón por si me convences y logras someterme a ti, por si llego a ser la amante
de un abogado, demasiado ocupado con su
espuria fama, demasiado ocupado en construir mentiras que alguna ingenua vaya a
creerse y, se me olvidaba, demasiado ocupado en ahogar en greens todos los días
de su vacía existencia .
La muñeca morena se quedó
encerrada, mis llamadas fueron ignoradas y yo fui abandonada en un cafetería un
triste día porque primó mi dignidad y mi conciencia a todo lo que tuviera que
ver con un sexo descarnado, con una vida vacía, pero aún así tú sigues por ahí
, leyendo todos mis desvaríos, mientras pasas tus días en el Charleston y yo me
convierto en una Heda Hopper venida a
menos que alcanza su catarsis escribiendo estupideces. Pero con sentido
común y nada de tristeza de digo que ya has salido de mi vida, y que nunca más
encontrará a otra como yo. Pero no te preocupes: tus muñequitas rusas y la
morenita inmaculada sabrán consolarte.