viernes, 7 de julio de 2017

El abogado y la muñeca

Encantada de conocerte, cómo estás, me pregunto si has recorrido mucho camino.  Mirando tu  rostro, tu labia  y seguridad, no puedo evitar ver a mi siguiente  error ante mí.
 Nos encontramos un soleado día de de no sé muy bien cuántos meses atrás, aunque  sé que no son muchos.  Ni tan sólo me apetecía verte, pero hice el esfuerzo porque me atrajiste a ti con el típico regalo comercial, ya sabes, esa clase de libros que todo el mundo se lee porque son un best –seller, pero desgraciadamente se me olvidó decirte que  aquella “gran obra” me la leí cuando  tenía diez  años menos. Así pues, ahí está, adornando mi escritorio como una flor muerta en un despacho abandonado hace ya muchos años. Así que nos comenzamos a conocer en torno a un café que se convirtió en una comida en aquel sitio donde eras muy conocido, pues tu fama se extendía en esta ciudad que compartimos y en la siguiente. Es lo que tenéis los abogados: fama y labia, si es que sois mínimamente buenos, pero no obstante no quiero generalizar, pues este es tan sólo tu caso, querido, tú que te distingues entre muchos por tu traje azul y tu forma de mentir contando tu historia pasada llena de hazañas, mientras dejas entrever tu presente acompañado por dos muñecas rusas, aún cuando a ti te gusta la más joven, porque a lo que adoras más que a nada en este mundo es a las veinteañeras a las que dominar, aquellas con aspiraciones a modelo, te dices, mientras me lo dices para hacerme sentir menos que ella. Pero sé que soy mucho más que ellas.
Reconozco que supiste encandilarme desde el primer momento con tu regalo, con la forma en la que me obligabas a fumar y a beber sólo con el fin de pesar mi vulnerabilidad y nuestra futura relación que se quedó en lo más oscuro de mi conciencia.  Después vino aquella amistad de unas cuantas semanas, desinteresada, me dije, pero yo tiendo a la fantasía y buscaba una figura paterna mientras tu buscabas una “lolita” solitaria con mucho tiempo libre y muy baja autoestima, y supongo que ese fue el coctel  perfecto para aceptar jugar en un futuro no muy lejano a tu juego, cuando tus muñecas rusas se fuesen ( ¿ se fueron?, ¿o fue otra de tus invenciones? ).  Tu obsesión conmigo era grande, no de esas que no dejan dormir por la noche, porque un hombre como tú ha de vivir su doble vida, con ese hijo al que no sabe a quién encasquetar, pero te encantaban mis fotografías y las mirabas reiteradamente a lo largo del día mientras me escribías palabras soeces que tu ingenua lolita se negaba a escuchar, magnificando la situación, idealizándola como si hubiera olvidado que allá en alguna parte hay un infierno, ése en el que se termina convirtiendo mi conciencia cada vez que trato con gente tan venenosa como lo eres tú.
No obstante, reconozco que me encantaban los desayunos contigo, pero no que te reconocieran en todos lados. Aunque yo era para todos ellos tu “hijita querida”, situación  que se podía entender perfectamente dada la cantidad de hijos y mujeres que pasan por tu vida, pagadas o sin pagar, pues la corrupción no entiende de profesiones.
Llegó después aquella muñequita de Alemania con sus coletitas y su precioso pelo rubio,  mientras me decías en tus fantasías y en la realidad cuánto deseabas tener un hijo conmigo, pues tal vez se te olvidara que yo no podía someterme a  la más dolorosa de las fantasías.  Pero te lo puse todo en bandeja de plata al contarte mi pasado y los años que sufrí al lado de ese hombre que sólo se preocupaba de su ego, como tú, pero al que aguanté porque creo en las fantasías irrealizables. Una fantasía que nos llevó a compartir tu coche una mañana y acabar en Valencia porque decías estar triste (¿lo estabas?) ya que te sobrepasó la muerte de alguien a quien nunca conocí, pero que me atrevo a asegurar fue mejor que tú. Tú gran preocupación aquel día era que me sometiese a ti, que buscáramos como locos todo aquello que fuese la esencia de lo sádico, y yo supe que pronto las cosas empezarían a torcerse, pero aún así hice planes contigo porque en mi fantasía te adoraba y hasta hace una semana también. Envidiaba tu libertad, a tus muñecas rusas, quería que las dejarás por mi y pasar a formar parte de tu vida, quería vivir en un constante purgatorio mis años de juventud mientras tú ibas y venías, me chantajeabas, me decías que debía estar feliz, que tú me ibas a dar la felicidad y que me dejara aquellas pastillas que me permitían seguir con vida en un mundo que cada día poseía menos sentido para mí.
Recuerdo el día en que aquella muñeca morena fue lo último que te pedí; te la llevaste del escaparate pero no a mis sueños con ella.  Era bonita, blanca e inocente, pero tú supiste mancillarla y aún estará esperando en un cajón por si me convences y logras someterme a ti, por si llego a ser la amante de un  abogado, demasiado ocupado con su espuria fama, demasiado ocupado en construir mentiras que alguna ingenua vaya a creerse y, se me olvidaba, demasiado ocupado en ahogar en greens todos los días de su vacía existencia .
La muñeca morena se quedó encerrada, mis llamadas fueron ignoradas y yo fui abandonada en un cafetería un triste día porque primó mi dignidad y mi conciencia a todo lo que tuviera que ver con un sexo descarnado, con una vida vacía, pero aún así tú sigues por ahí , leyendo todos mis desvaríos, mientras pasas tus días en el Charleston y yo me convierto en una Heda Hopper venida a  menos que alcanza su catarsis escribiendo estupideces. Pero con sentido común y nada de tristeza de digo que ya has salido de mi vida, y que nunca más encontrará a otra como yo. Pero no te preocupes: tus muñequitas rusas y la morenita inmaculada sabrán consolarte.

domingo, 26 de febrero de 2017

Divas de paja

Victoria apareció un día a finales de invierno, con su cabello corto, oscuro y ondulado y con unos aires de diva que la hacían caer en un patetismo innecesario y ridículo. Contaba veinticinco años pero la madurez no se correspondía con la edad y la maldad y el egoísmo estaban siempre presentes en su existencia. Creo que apareció porque él se lo pidió, pues por mucho que se creyese independiente, diva y una mujer existencialista, no era más que una marioneta en sus manos, teniendo que hacer todo lo que él le dijera. Siempre sospeché de su falsedad, su hipocresía y su afán de protagonismo pues era fácil ver estas características reflejadas en cada una de sus mentiras acordadas con aquél a quien admiraba. Su empeño por ser semejante a una estrella del cine en declive era evidente cada vez que entre risas histéricas, cigarro en mano y marcas de un carmín tal vez demasiado atrevido, contaba la vida de los demás en una tertulia eterna que se repetía todos los días en aquella cafetería que durante un tiempo, que me pareció corto pero intenso, frecuentaría con ellos. La envidia, el victimismo y una apatía fingida la corroían por dentro y no fueron pocas las veces que lo demostró. Creo que confié en ellos porque mantenían mi fantasía despierta y ésta me ayudaba a sobrevivir a la soledad, unos sueños absurdos que apoyaban cuando les confiaba mis pensamientos y sentimientos más íntimos pero, que sospecho, ridiculizaban cuando yo no estaba delante de ellos, como hacían con los problemas y confesiones de aquellos que eran sus amigos. Muchas veces fui la testigo más directa de esta superioridad que les caracterizaba, de sus gustos y gestos falsamente excéntricos, del odio que ella profesaba a aquella que decía querer como amiga cuando ésta no se encontraba a su lado y del egoísmo de su siempre presente amigo cuando yo no me sometía a él. Fueron extremadamente ridículos hasta el final de su absurda historia, esa que contaban siempre que querían atraer a gente a su interminable fantasía, llena de música vintage, intelectualismo nietzscheano, engaños sin ningún tipo de imaginación, y llamadas de atención que provocaban risa fuera de su estrambótico círculo, del que yo formé parte cerca de dos años. La mayoría de gente que les conocía superficialmente pensaba que eran pareja , una pareja fuertemente cohesionada en torno a una serie de principios irrisorios que sólo ellos conocían , pero la otra verdad era que él , que ya rozaba la treintena iba detrás de veinteañeras y aquellas que aún no lo eran , para dominarlas mediante engaños, aún cuando nunca lo consiguiera y siempre acabara convirtiéndose en una falsa víctima que intentaba llamar mi atención o la de cualquier otra con la que se encaprichara. Mientras, Victoria era su amante, amiga, confidente y compañera y era ella la que le ayudaba a vivir en un eterno inconformismo cada vez que no se le reconocía esa asombrosa inteligencia que él decía poseer. Ella compatibilizaba eso con estar obsesionada por otro hombre de extrema hipocresía, comprometido con la política más renovadora, democrática y progresista y con una mujer con la que estaba por costumbre, aunque Victoria siempre fue un segundo plato apetecible. Ella se siguió engañando con este hombre aún cuando le entraron unas ganas inexorables de mostrar la plenitud de su ser experimentando con todas las gamas que la sexualidad posee, y encontró a aquella chica tan buena, a la que a ratos quería, y a ratos sólo necesitaba para seguir siendo una diva apoyada en un diván llorando todas sus penas delante del mundo. Reconozco que a veces me asombraba el patetismo y la maldad que les caracterizaba pero perdí relaciones con ellos el día en que su amante y amigo fue desapareciendo paulatinamente de su vida pues su intelecto le pedía marcharse a un país vecino para inspirar su importante y excéntrica vida. Entonces yo dejé de interesarle porque le planté cara y desperté de una fantasía paralela y consiguientemente de la mentira que les envolvía. Creo que Victoria, diva llorosa, carmín en labios y siempre un disco que amenizara sus días y fuera la banda sonora de su existencia, empezó a desesperarse y ver que su trono peligraba al percatarse de que él desaparecía empujado por su nuevo amor inglés, escocés o irlandés. Dejé de interesarle a esa diva, una Ava Gardner en declive cuando ya no le fui útil a él o bien se cansó de intentar atraparme con una red de supercherías. No obstante, con perspectiva veo lo ridículo de su historia, de su malsana relación y de las mentiras y la maldad de ella, de su envidia y su falsa amistad, ese afán de protagonismo que siempre le empujó a ser la reina de una fiesta a la que ni tan sólo fue invitada. Victoria se marchó de mi vida un día de invierno, se cambió de ciudad, de amistades y sus pensamientos se obsesionaron con encajar a la perfección en unas fantasías no muy distintas de las que protagonizaba donde yo la conocí. Pero muchas de sus palabras, que herirían a esa gente a la que dice amar y que la dejarían en una merecida soledad, las recuerdo y soy capaz de repetirlas como sana venganza o sólo para darle su lugar en mí historia. Porque para ella no fui más que una competidora en un juego absurdo orquestado por sus manos , su egoísmo y su amante , ahora ocupado en escribir un libro de sutilezas filosóficas vacías como si alma, ahora yendo y viniendo de destinos remotos. Victoria, cigarro en mano, sin carmín, una banda sonora al azar y siempre él, presente aún cuando ande buscando amores ingleses en Canadá.