domingo, 26 de febrero de 2017

Divas de paja

Victoria apareció un día a finales de invierno, con su cabello corto, oscuro y ondulado y con unos aires de diva que la hacían caer en un patetismo innecesario y ridículo. Contaba veinticinco años pero la madurez no se correspondía con la edad y la maldad y el egoísmo estaban siempre presentes en su existencia. Creo que apareció porque él se lo pidió, pues por mucho que se creyese independiente, diva y una mujer existencialista, no era más que una marioneta en sus manos, teniendo que hacer todo lo que él le dijera. Siempre sospeché de su falsedad, su hipocresía y su afán de protagonismo pues era fácil ver estas características reflejadas en cada una de sus mentiras acordadas con aquél a quien admiraba. Su empeño por ser semejante a una estrella del cine en declive era evidente cada vez que entre risas histéricas, cigarro en mano y marcas de un carmín tal vez demasiado atrevido, contaba la vida de los demás en una tertulia eterna que se repetía todos los días en aquella cafetería que durante un tiempo, que me pareció corto pero intenso, frecuentaría con ellos. La envidia, el victimismo y una apatía fingida la corroían por dentro y no fueron pocas las veces que lo demostró. Creo que confié en ellos porque mantenían mi fantasía despierta y ésta me ayudaba a sobrevivir a la soledad, unos sueños absurdos que apoyaban cuando les confiaba mis pensamientos y sentimientos más íntimos pero, que sospecho, ridiculizaban cuando yo no estaba delante de ellos, como hacían con los problemas y confesiones de aquellos que eran sus amigos. Muchas veces fui la testigo más directa de esta superioridad que les caracterizaba, de sus gustos y gestos falsamente excéntricos, del odio que ella profesaba a aquella que decía querer como amiga cuando ésta no se encontraba a su lado y del egoísmo de su siempre presente amigo cuando yo no me sometía a él. Fueron extremadamente ridículos hasta el final de su absurda historia, esa que contaban siempre que querían atraer a gente a su interminable fantasía, llena de música vintage, intelectualismo nietzscheano, engaños sin ningún tipo de imaginación, y llamadas de atención que provocaban risa fuera de su estrambótico círculo, del que yo formé parte cerca de dos años. La mayoría de gente que les conocía superficialmente pensaba que eran pareja , una pareja fuertemente cohesionada en torno a una serie de principios irrisorios que sólo ellos conocían , pero la otra verdad era que él , que ya rozaba la treintena iba detrás de veinteañeras y aquellas que aún no lo eran , para dominarlas mediante engaños, aún cuando nunca lo consiguiera y siempre acabara convirtiéndose en una falsa víctima que intentaba llamar mi atención o la de cualquier otra con la que se encaprichara. Mientras, Victoria era su amante, amiga, confidente y compañera y era ella la que le ayudaba a vivir en un eterno inconformismo cada vez que no se le reconocía esa asombrosa inteligencia que él decía poseer. Ella compatibilizaba eso con estar obsesionada por otro hombre de extrema hipocresía, comprometido con la política más renovadora, democrática y progresista y con una mujer con la que estaba por costumbre, aunque Victoria siempre fue un segundo plato apetecible. Ella se siguió engañando con este hombre aún cuando le entraron unas ganas inexorables de mostrar la plenitud de su ser experimentando con todas las gamas que la sexualidad posee, y encontró a aquella chica tan buena, a la que a ratos quería, y a ratos sólo necesitaba para seguir siendo una diva apoyada en un diván llorando todas sus penas delante del mundo. Reconozco que a veces me asombraba el patetismo y la maldad que les caracterizaba pero perdí relaciones con ellos el día en que su amante y amigo fue desapareciendo paulatinamente de su vida pues su intelecto le pedía marcharse a un país vecino para inspirar su importante y excéntrica vida. Entonces yo dejé de interesarle porque le planté cara y desperté de una fantasía paralela y consiguientemente de la mentira que les envolvía. Creo que Victoria, diva llorosa, carmín en labios y siempre un disco que amenizara sus días y fuera la banda sonora de su existencia, empezó a desesperarse y ver que su trono peligraba al percatarse de que él desaparecía empujado por su nuevo amor inglés, escocés o irlandés. Dejé de interesarle a esa diva, una Ava Gardner en declive cuando ya no le fui útil a él o bien se cansó de intentar atraparme con una red de supercherías. No obstante, con perspectiva veo lo ridículo de su historia, de su malsana relación y de las mentiras y la maldad de ella, de su envidia y su falsa amistad, ese afán de protagonismo que siempre le empujó a ser la reina de una fiesta a la que ni tan sólo fue invitada. Victoria se marchó de mi vida un día de invierno, se cambió de ciudad, de amistades y sus pensamientos se obsesionaron con encajar a la perfección en unas fantasías no muy distintas de las que protagonizaba donde yo la conocí. Pero muchas de sus palabras, que herirían a esa gente a la que dice amar y que la dejarían en una merecida soledad, las recuerdo y soy capaz de repetirlas como sana venganza o sólo para darle su lugar en mí historia. Porque para ella no fui más que una competidora en un juego absurdo orquestado por sus manos , su egoísmo y su amante , ahora ocupado en escribir un libro de sutilezas filosóficas vacías como si alma, ahora yendo y viniendo de destinos remotos. Victoria, cigarro en mano, sin carmín, una banda sonora al azar y siempre él, presente aún cuando ande buscando amores ingleses en Canadá.

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